jueves, 15 de septiembre de 2011

DEMOCRACIA PARTICIPATIVA GOBEDANA, una breve exposición



(Nota: Este blog debe ser entendido como el desarrollo y presentación de una idea, por ello, si es la primera vez que lee sobre Democracia Participativa Gobedana, le recomiendo comenzar por la primera página del blog y continuar desde allí)

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Democracia Participativa Gobedana
Un posible modelo de gobierno tras la Democracia Representativa

Democracia Participativa Gobedana
Un posible modelo de democracia tras la Democracia Representativa

El modelo de democracia actual es, hasta hoy, el último eslabón de una cadena evolutiva de formas de gobernarnos, cuyos hitos más destacados podrían ser el feudalismo, que da lugar a la monarquía electiva entre señores feudales; esta se transforma rápidamente en monarquía absoluta que pasa a ser monarquía constitucional o república y ambas confluyen en el modelo actual más común, conocido como Democracia Representativa, coronada o no.
A no ser que ingenuamente pensemos que la sociedad ya no va a cambiar más o, igualmente ingenuo, que la Democracia Representativa es un modelo tan maravilloso que es capaz de servir para cualquier sociedad futura, deberíamos hacernos dos preguntas. La primera es si la sociedad ha cambiado hasta el punto de que la Democracia Representativa está dando señales de ineficacia y, por tanto, ha llegado el momento de pasar a un nuevo modelo de democracia. La segunda pregunta es cómo podría ser ese nuevo modelo.
En cuanto a si ha llegado el momento de sustituir la Democracia Representativa por la Democracia Participativa, debemos recordar que la condición básica para el funcionamiento estable de cualquier sociedad es que aquellos que tienen suficiente poder económico tengan también una parte importante de poder político. Aparte de una arbitraria injerencia extranjera, el que aquellos que tienen poder económico no tengan poder político es la razón principal por la que una nación cambia la forma de gobernarse. Esto ha sido históricamente así y se puede explicar porque si no legislan ni deciden los que tienen el poder económico se termina legislando de manera errática y contradictoria con respecto a aquellos que garantizan la producción y distribución de bienes y servicios. No tardan en producirse problemas de escasez con precios e impuestos altos, acompañados de despilfarro y deuda desbocada por parte del Estado; que era lo que sucedía en los instantes previos a la Revolución Francesa, por ejemplo.
Es inevitable que exista inestabilidad durante el tiempo de tránsito de un modelo de gobierno a otro ya que durante ese periodo de solapamiento la sociedad estará gobernada por un modelo político que no se ajusta a su verdadera base económica. El malestar y el riesgo de una involución, se mitigarán rápidamente cuando la sociedad comprenda lo que está pasando y permita que el modelo de democracia cambie.
Cuando decimos que un grupo de personas tienen el poder económico, nos referimos a que son capaces de derivar hacia ellos parte del excedente de renta que genera la sociedad y que pueden convertir en ahorro e inversión. Con que tienen poder político queremos decir que son capaces de influir en las decisiones políticas concretas y en la elaboración de las leyes.
En cada forma de Estado existe un grupo que está en situación de apropiarse de gran parte de la renta y, necesariamente, asume gran parte de responsabilidad por la supervivencia del modelo de gobierno, el modo de vida en general y, en consecuencia, de toda la sociedad. El señor Feudal en el feudalismo; el monarca, los nobles y el clero en la monarquía absoluta; la burguesía en la monarquía constitucional y, finalmente, los capitalistas dueños de las grandes corporaciones económicas en la Democracia Representativa.
La idea básica es que las grandes corporaciones están ahora cada vez más en manos de los fondos de pensiones y de inversión, alimentados a su vez por aportaciones de ahorradores de clase media. Los integrantes de la clase media también son dueños directos de gran parte de la deuda pública, los saldos bancarios, inmuebles y, por supuesto, poseen directamente las pequeñas empresas. Al ser los dueños pueden apropiarse de las rentas anuales que todo ello genera. Es lo que se ha venido a llamar, no sé si de manera muy acertada “capitalismo popular”.
El hecho de que la clase media tenga gran poder económico y relativamente poco poder político, permite, por ejemplo, que los usos y costumbres financieros se terminen por convertir en normas legales que, por supuesto dañarán los intereses de dicha clase media, para favorecer los intereses propios de los financieros como es natural. Si añadimos como ocurre en la UE que además dichos grupos tienen influencia sobre las decisiones del Parlamento Europeo fuera de los intereses particulares de cada nación y de sus habitantes y tendremos, como consecuencia directa, que de manera cíclica la ciudadanía sufra un menoscabo de su patrimonio. Sucede que cuando la ganancia de unos tiene un fuerte componente especulativo tiene que cubrirse con las perdidas de otros, al socaire de crisis como la de los bonos basura, la de las compañías puntocom y, la más reciente, bautizada como la crisis de las subprime. También sucede que cualquier ineficiencia en las grandes empresas o de la propia gestión del Estado termine siendo compensada con subidas de impuestos o cualquier transferencia arbitraria preferentemente desde la clase media. Sin embargo, toda la ciudadanía queda al margen a la hora de tomar decisiones de trascendencia económica evidente como la política energética, migratoria, urbanística, educativa, militar, etc. Que están, de una u otra forma, en la base de las crisis.
Pero debemos evitar vernos como víctimas, porque no lo somos, en realidad somos algo cínicos. Los ciudadanos, viviendo bajo el modelo actual, podemos seguir eludiendo nuestra responsabilidad como gobernantes, echando la culpa de todo a los políticos y a oscuras conspiraciones que nunca se acaban de desvelar. Los ciudadanos, para explicarlo con algo cotidiano, estamos en el mismo nivel evolutivo que los adolescentes. Al borde de madurar, con capacidad para tener opiniones, pero sin atrevernos a actuar, nos comportamos como jóvenes malcriados, gritones y egoístas a los que les gusta verse a si mismos como idealistas, nobles y puros, sin culpa de nada y con derecho a todo; cuando en realidad sólo van a lo suyo, sin ocuparse de la marcha del hogar ¿Hasta cuando vamos a seguir haciendo responsables y culpables a los políticos, eludiendo nuestra responsabilidad de gobierno? Haciendo un paralelismo con la situación justamente anterior a la Revolución Francesa, la actitud de la clase media es idéntica a la de la burguesía de entonces. Al igual que la mayoría de nosotros queremos ser ricos, concretamente rentistas, ellos aspiraban a convertirse en nobles comprando títulos o por matrimonio. También protestaban, como la clase media actual, por las subidas de impuestos, los privilegios de los dirigentes, la mala administración del erario público, la arbitrariedad en la aplicación de la ley, etc. También, como la mayoría de nosotros, se limitaban a pedir más y más al Estado, pero muy pocos reclamaban más poder político, hasta que después de mucho dolor y violencia, terminó siendo la única opción de futuro, que los burgueses se hicieran con el poder político.
Puede que alguien no acepte el argumento sobre la importancia de la discordancia entre poder político y poder económico y prefiera otra línea argumental. En ese caso, podemos señalar que muchos procesos evolutivos, ya hablemos de seres vivos u organizaciones sociales, cursan con un aumento en la división de funciones. En un organismo cuyas partes empiezan a diferenciarse tiene que establecerse un sistema nervioso para la comunicación eficiente entre sus órganos; cuantas más partes diferenciadas tenga dicho organismo mas sofisticado ha de ser el sistema nervioso. El paralelismo con las formas de gobierno es que basta con una comunicación simple entre las partes cuando la sociedad es primitiva. Así sucedía en el feudalismo, donde al señor feudal le bastaba con darse una vuelta a caballo por el feudo echando un vistazo a los cultivos y la cara de los aldeanos para saber si todo estaba en orden. A medida que la sociedad se vuelve más compleja se requiere de procedimientos de comunicación cada vez más eficientes. En una sociedad tan compleja como la nuestra, con actividades tan diferenciadas y con intereses tan dispares, y frecuentemente encontrados, no basta con que los gobernantes reciban una vaga información sobre la satisfacción de la ciudadanía mediante unas elecciones generales cada cuatro años. Es lo que se conoce popularmente como la entrega de un “cheque en blanco” por parte de los ciudadanos a la clase política en el periodo entre comicios. Durante ese tiempo se produce una fuerte desconexión entre gobernantes y gobernados; es cuando oímos decir a algunos “si se que iban a hacer esto no les voto”, pero ya no se puede hacer nada. No es que los políticos sean peores que el resto de nosotros, sencillamente están fuera del control ciudadano, en cierto sentido después de las elecciones se quedan sordos y ciegos; lo peor es que quedan en manos de toda clase de grupos de influencia que se ofrecen como lazarillos.
Hoy se precisaría de un sistema que diese información específica y rápida que le dijese a los gobernantes si lo están haciendo bien o algo requiere de atención inmediata. Si nuestro sistema nervioso tardase cuatro segundos en informarnos de que nos estamos quemando y no fuese capaz de concretar la intensidad ni donde está el foco de calor sería desastroso; eso es precisamente lo que convierte a la Democracia Representativa, a cada día que pasa, en más obsoleta. Con la Democracia Participativa no sólo se acorta el tiempo entre que aparece un problema en la sociedad y el tiempo que tardan los gobernantes en saberlo, además, se obtiene información complementaria sobre el grado de malestar de la gente, incluso, cuales son las soluciones que los ciudadanos consideran adecuadas.

Pero la sociedad no es algo pasivo esperando mansamente venirse abajo, nada más lejos de la realidad; si el Estado actual está empezando a ser ineficiente ya tienen que estar generándose soluciones. En efecto, los políticos, conscientes de que les es imposible conocer las necesidades de la complejísima sociedad que gestionan, el grado de satisfacción de los gobernados y, muy peligroso para ellos, las consecuencias electorales de cualquier decisión, han desarrollado una dependencia absoluta por las encuestas, que son, aunque no parecemos darle importancia, una especie de referéndum en la sombra ¿Qué es una encuesta pagada con dinero público, sobre un asunto público, sino un referéndum encubierto? Hasta existe un organismo oficial para realizar este tipo de “referéndum”.
Otra forma en que los políticos tratan de no equivocarse con las decisiones, a parte de rodearse de supuestos expertos, es dialogando con asociaciones que se autoproclaman representantes de grupos de ciudadanos, incluso de toda la sociedad, o se consideran portadores de no se sabe bien que valores éticos o históricos, y con los que terminan los gobernantes negociando soluciones a problemas que nos incumben a todos. Estos grupos van desde asociaciones profesionales, sindicatos y patronales a asociaciones religiosas o de vecinos, pasando por las más variopintas ONGs. Es curioso que, al menos en este país, el Parlamento ha ido perdiendo su legitimidad, no ya para decidir sino siquiera para parecer que decide, no se guardan ni las formas más elementales. Realmente, el Parlamento está completamente quebrado y a nadie parece importarle o no se dan cuenta. Dos ejemplos relativamente cercanos en el tiempo. Bajo el mandato de Zapatero, los representantes de los dos sindicatos mayoritarios y la patronal se reúnen para decidir la reforma laboral que nos afecta a todos los ciudadanos, con la garantía del Presidente de Gobierno sobre que lo que decidan será, manu militari, refrendado en las Cortes. No se trata de invitarles a participar en las comisiones parlamentarias o permitirles intervenir en plenos a dichos representantes, sino que se les da poderes para que decidan directamente la ley ¡unos supuestos representantes a los que muy poca gente ha votado! Si es que alguien los ha votado. Lo más divertido, por no decir patético, es que la oposición, en aquel momento el Partido Popular, en vez de escandalizarse, les pide, a los representantes de los sindicatos y la patronal, que sean responsables; es decir, les reconoce también la autoridad para legislar. El otro, también tomado de la misma poca, es la afirmación del mismo Presidente sobre aprobar una constitución  tal y como se le presentase desde el Parlamento de una autonomía. Lo dicho, el Parlamento parece no tener legitimidad para decidir. Todo parece haber sido pactado fuera, en algún despacho... en la cámara sólo se hace una escenificación de lo ya pactado. Lo extraño no es ya que suceda, sino que se ve normal, es más, los ciudadanos pensamos que es es la única manera posible de tomar decisiones... tomarlas a sus espaldas.

Por muy acostumbrados que estemos, y por muy legal que pueda parecerles a algunos, tanto las encuestas como la negociación con grupos son fórmulas exteriores a la Democracia representativa. Son prácticas alegales pero, la realidad se impone, y resultan ser complementos necesarios para que la sociedad actual funcione, de modo que, tarde o temprano, tendrán que ser integradas dentro del modelo de gobierno. Pero ¿Cómo es posible que un Estado se gobierne mediante referéndum? y que además, las asociaciones dejen de ejercer un poder político que realmente no les corresponde. Todas estas preguntas se resumen en una: ¿cómo devolver la legitimidad, quiero decir el poder político, al Parlamento? Lo cierto es que es muy sencillo responder a esta pregunta ya que no es la primera vez en la historia que nos encontramos en una encrucijada parecida. Por ejemplo, cuando se comprendió la necesidad de que la burguesía tuviera más poder político, se concretó mediante representantes en las cámaras que hasta el momento estaban ocupadas exclusivamente por los nobles y el clero. Así pues, me gustaría que el lector entendiese el modelo más como una evolución lógica del Estado actual que como un “invento” salido de la mesa de diseño. Es como echar un vistazo al futuro, aunque el futuro nunca esté garantizado.
 (Nota: lo que sigue es prácticamente idéntico a la primera entrada, puede seguir leyendo o pasar a la siguiente página)
Describamos como es, como funciona y algunos de los problemas que resuelve la Democracia Participativa Gobedana. Supongamos una nación con un millón de electores y con una cámara de representantes compuesta por cien escaños. Para hacer la transformación comenzaríamos duplicando el número de escaños; pero estos nuevos cien escaños serían virtuales. Cada diez mil votos de los electores formarían un Escaño Ciudadano. De modo que las decisiones en la cámara se tomarían por la mayoría a que diese lugar la suma de los escaños reales y virtuales. Pero para que los ciudadanos pudiesen votar de manera cómoda y eficiente necesitamos algo más. Cada ciudadano dispondría de una Tarjeta Democrática, que no es más que el carné de identidad electrónico, que permitiría votar en Urnas Electrónicas. Dichas urnas, similares a las cabinas telefónicas, serían capaces de reconocer a la persona con sensores biométricos (huellas dactilares, fondo de ojo, etc.), distribuidas en lugares convenientes. La razón de que se vote en lugares públicos, en una urna capaz de reconocer a la persona y con una tarjeta personal es que si se permitiese votar en casa o el trabajo mediante el ordenador, incluso por teléfono con una simple clave personal, correríamos el riesgo de que algunas personas cayesen en la tentación de apropiase del derecho a voto de otras; ya fuesen amigos, familiares, empleados, incluso, que se comerciase con la clave. También sería necesario que se pudiera votar a lo largo de varios días o semanas; el voto ciudadano quedaría almacenado haciéndose público de manera simultánea al voto de los diputados reales en la cámara de representantes.
Concretemos más con un ejemplo inocuo. Se tiene que decidir entre farolas de color amarillo o negro. Antes de que comience el tiempo de votación se abre el periodo de Discusión Pública. Donde todas las opiniones deberían poder salir a la luz. Terminado este periodo se abre otro para votar, durante el cual todo el que lo desee acude a las urnas para hacerlo. La manera de contabilizar el voto de los ciudadanos sería muy sencilla. Por ejemplo, trescientos mil votos a favor de las farolas amarillas activarían 30 votos de los Escaños Virtuales y doscientos mil votos a favor de las farolas negras activarían 20 escaños a su favor. Los restantes 50 escaños virtuales quedarían sin activar. Pero los votos de los ciudadanos no se conocerían de inmediato, quedarían almacenados en el limbo informático y nadie tendría acceso a ellos hasta el momento justo en que los diputados reales votasen. El resultado de la votación sería el que se obtuviese de sumar de manera conjunta e indiferenciada los votos de los diputados reales con los diputados virtuales.
Aunque es difícil de prever el comportamiento futuro de la sociedad, parece lógico pensar que los ciudadanos tenderían a inhibirse de votar en aquellos asuntos de funcionamiento ordinario como, por ejemplo, elegir el modelo concreto de coche para la policía de tráfico o que banco va a financiar la compra de dichos autos; dejando estos asuntos en manos de los diputados reales. Pero es muy posible que nos gustase decidir, junto a los diputados, quien ocuparía el cargo de Fiscal General del Estado, el Director del Banco Central, el presidente de la Cámara de los Diputados, etc. Igualmente pienso que la ciudadanía tendería a participar, con su voto, en un cambio en la ley del aborto, sobre donde se puede o no fumar, los límites de velocidad y si se debe participar o no en una “operación militar”, por poner ejemplos actuales. Sin olvidarnos de que podríamos votar también los presupuestos anuales…
Nótese un detalle muy importante que hace al modelo muy poderoso a la vez que cómodo y práctico, que no se trataría tanto de tener la obligación de votarlo todo como de poder votarlo todo. La posibilidad del voto ciudadano en cualquier asunto, sin autorización ni petición previa a la Cámara por parte de los ciudadanos, sería la espada de Damocles sobre la cabeza de nuestros representantes políticos en cada asunto concreto que les tocase decidir. Hasta donde puedo ver, este modelo termina también con el “cheque en blanco” ya que en cada asunto tendremos, si lo deseamos, algo que decir; es más, la oposición sin mayoría suficiente de parlamentarios reales podría, con ayuda de los escaños virtuales, es decir, con el apoyo de los ciudadanos, presentar una moción de censura y derrocar al Presidente de Gobierno. Otra consecuencia, en línea con la anterior, de esta nueva forma de Estado, es que no está garantizada la mayoría absoluta en la cámara y, por la misma razón, las bisagras pierden mucho poder. La nueva bisagra sería la ciudadanía, de manera que cuando los políticos quisieran sacar una ley adelante deberían defenderla argumentando ante los votantes. Los gobernantes no tendrían necesidad de llegar, como ahora, a vergonzosos y oscuros acuerdos con las minorías parlamentarias a las que el modelo actual les ha permitido, retorciendo el sentido original de la democracia, convertirse en extorsionistas y, lo que es patético, que la sociedad entera sea conducida por una minoría a donde la mayoría no quiere ir. Los grupos y organizaciones sociales por su parte perderían el papel de negociadores que tan gratuitamente se adjudican en la actualidad; sin embargo, serían básicos a la hora de interpretar las proposiciones de ley para los ciudadanos y, en general, para encauzar la discusión pública y el sentido del voto. Este modo de gobernarnos dejaría en evidencia qué grupos, organizaciones o simples ciudadanos individuales tienen realmente la confianza de la gente a diferencia de los grupos que aparentan en la actualidad tenerla, sólo porque saben generar ruido mediático o algaradas.
Con toda naturalidad, la D.R. Gobedana atempera o acaba con alguno de los males endémicos que percibimos como imposibles de superar dentro del modelo actual. Termina con el cheque en blanco (¡El ciudadano tiene la última palabra!); el partido en el poder o el Presidente no pueden obrar con deslealtad o prepotencia (¡si lo haces mal te quitamos de presidente sin esperar nuevas elecciones!); nos convertimos en el fiel de la balanza de manera que podemos dar al traste con cualquier componenda partidista (¡adiós a las bisagras chantajistas!); los ciudadanos nos convertimos en portavoces directos de nuestra opinión sin que sean grupos organizados los que negocien nuestros intereses (¡ajedrecistas de voluntades que terminan apropiándose de una parte de lo que quiera que se negocie en nuestro nombre!).
El carné de identidad, símbolo e instrumento del control que el Estado ejerce sobre el individuo, pasaría a ser también el instrumento y símbolo del control del ciudadano sobre el Estado. Esta es la manera en que se superaría la confrontación sempiterna individuo Estado; no por la casi abolición del Estado como sugieren ultraliberales y anarquistas, ni por la sumisión de la voluntad del individuo al Estado como sugieren los totalitarismos comunistas o fascistas, sino por que ambos tienden a fundirse, que es la evolución natural de la democracia actual. Si la persona que vivía en un feudo era llamada siervo; en la monarquía absoluta súbdito y en la democracia representativa ciudadano, en la Democracia Participativa debería denominarse gobedano, pues todo ciudadano sería también un gobernante. Le sugiero, medio en broma medio en serio, que se lo haga saber a los políticos. Cuando un simpático encuestador llame a su puerta o a su teléfono y cuando un programa de radio o televisión le pida su opinión ya sea sobre política o si está contento con su desodorante, responda solamente: “No contestaré a ninguna pregunta hasta que no disponga de la Tarjeta Democrática” ¿Qué mejor método que utilizar las propias encuestas, “los referéndum en la sombra”, para hacer saber a los políticos y medios de comunicación lo que queremos?
Aunque no es un elemento esencial, una vez afianzada la DR Gobedana, se debería conceder el derecho de voto a los jóvenes a partir de los 14 años. Se trataría de un voto ponderado, es decir, su voto valdría una parte tan pequeña como se desease en proporción al voto adulto; por ejemplo, la centésima parte (cien votos juveniles valdrían lo que uno adulto) a la entrega del carne y aplicar una fórmula progresiva hasta la mayoría de edad. Tal vez le suene extraño, pero, comprenda: se trata de otra sociedad con otras necesidades. El carné de identidad se convertiría en un instrumento socializador como ningún otro que se pueda concebir, ya que el joven empezará a implicarse en los problemas y necesidades de su país o ciudad (la tarjeta, permite actuar en cualquier cámara legislativa). Dudo mucho que un joven al cumplir los 18 años, después de votar durante cuatro junto a los mayores, se declarase "antisistema". La D. Representativa sólo necesita ciudadanos sin conocimientos concretos de los problemas pero muy polarizados (izquierda, derecha; ecología, consumismo; planificación central, libre mercado; etc.) que entiendan los asuntos de Estado, al por mayor. La DR Gobedana, por el contrario, necesitará individuos entrenados con una capacidad suficiente de análisis y decisión en problemas concretos y eso requiere rodaje. Es la diferencia entre ser un peatón o ser un conductor. A uno le basta con saber que no debe cruzar con el semáforo en verde para los coches, mientras que el otro debe tener conocimientos y habilidades muy precisas que únicamente se pueden adquirir de manera progresiva y práctica.
Evidentemente, el 50% de proporción entre diputados reales y virtuales del ejemplo, es completamente arbitrario por mi parte. Personalmente, aunque este no es sitio para extenderme, establecería una proporción inicial, junto con una ley de plazos; algo así como empezar con un 25% de diputados virtuales ampliables de manera mecánica en un 5% cada X años hasta completar el 50%. Llegados a esta cifra se abriría una discusión pública y posterior votación sobre si se desea mantener, ampliar o restringir la proporción. Otro dilema, que sin duda se planteará el lector, es si desde el primer momento los ciudadanos pueden votarlo todo; puede que igualmente convenga dejar fuera ciertos asuntos como los relacionados con los impuestos o los acuerdos internacionales e, igualmente, convenga establecer una ley de plazos, hasta que todo sea “votable” por los ciudadanos. Ciertamente hay otros problemas no menos espinosos, pero este documento es sólo un resumen. En cualquier caso, le hago ver al lector que no podemos llevar nuestro análisis (ni nuestras preocupaciones) mucho más lejos; desde nuestra posición carecemos de realidad suficiente para decir nada al respecto. Serán los ciudadanos (gobedanos en el futuro) los únicos que podrán decidir sobre estas cuestiones.
Volviendo a nuestra situación actual de ciudadanos viviendo en una Democracia Representativa, teóricamente sólo habría una exigencia que deberíamos plantear a nuestros dirigentes: más poder político para cada ciudadano. Esto se concretaría en reclamar la Tarjeta Democrática, los Escaños Ciudadanos y la Urna Electrónica. Pero esto es el logro final y, por el momento, no podemos plantearlo de manera frontal. El camino, al menos el que a mi me gustaría transitar, es el reformista, aunque suene poco bizarro. Y aunque este documento se centra en describir esquemáticamente el modelo y no puede tratar sobre estrategias, me gustaría hacer un breve comentario en este sentido. El modelo de D.R. Gobedana funciona a modo de faro señalando hacia donde nos deberíamos dirigir a la vez que proporciona criterios claros para distinguir que logros parciales están en línea con el objetivo final y merece la pena apoyar, y que otros son simple buenismo, preferencias particulares de una parte de la sociedad o, incluso, maniobras con el objetivo de conseguir instrumentos que le den poder político a un grupo. En este sentido deberíamos dejar de perder el tiempo y la energía pidiendo cambios como, por ejemplo, abolición del Senado; listas abiertas; que el voto de cada persona valga igual con independencia de la circunscripción u otras reformas de la ley electoral. Son asuntos en los que ni siquiera estamos todos los ciudadanos de acuerdo y únicamente nos dividen. Sin embargo, si que tendría sentido pedir que fuese posible la elección directa por los votantes del Fiscal General del Estado y de todos los miembros o, al menos, los Presidentes de los tribunales Supremo y Constitucional, el Gobernador del Banco Central, el Defensor del Pueblo, etc. Pero, con toda certeza, el paso más necesario y anterior a cualquier otro, es el de que los militantes de los partidos puedan elegir tanto a sus dirigente, al igual que sus candidatos, de manera separada y de manera directa y que no suceda como en la actualidad donde la cúpula directiva de cualquier partido, medio y grande, tiene secuestrado el poder, y los cargos, no se eligen sino que se heredan, perpetuando una casta no solo dentro de un partido sino en toda la política ya que es en las secretarías generales de los partidos donde se decide quienes irán en las listas de candidatos. Se nos olvida con demasiado frecuencia, que el poder político no está en el Parlamento sino en las secretarías generales de los partidos, y es de donde debe ser removido el poder. Por eso no he podido menos que sonreír cuando, no hace mucho, ha habido intentos de asaltar el Parlamento, cuando lo coherente hubiese sido asaltar la sede de los partidos, y no por la ciudadanía en general sino , concretamente,  por los propios militantes de cada partido. Claro que para eso hay que pensar como un gobedano... Ciertamente sigue siendo elegir representantes pero nos permitiría poner estos cargos directamente a nuestro servicio y no al servicio de los políticos que son los que les designan en la actualidad. Sería como meter unas cuñas en las finas grietas que se abren en el duro granito monolítico del controlador sistema representativo. Por supuesto también estaría en línea con el objetivo que, por obligación legal se tuviese que recurrir a la convocatoria de un referéndum para según que decisiones. Sin embargo, no se pueden considerar alineadas con conseguir poder para el ciudadano las que reclama que presentando un número de terminado de firmas se logre la destitución de un cargo o se fuerce un referéndum concreto. Apelo al más fino instinto democrático del lector para que comprenda que en ambos casos quien realmente obtiene poder no es el ciudadano individual sino el grupo que logra mover los recursos necesarios para conseguir las firmas y la publicidad necesaria para ello. Cuidado, porque estriamos dando poder a los grupos y ya tienen bastante. También me gustaría señalar, aunque el lector contemporáneo tenga dificultad para aceptarlo, que juega a favor de la D.R. el que los políticos una vez que entendieran la situación, estarían encantados en compartir la responsabilidad de asumir las decisiones con los ciudadanos, que es la parte más espinosa de la actividad política, y seguir siendo los responsables de la ejecución de las decisiones. Y es que sucede que los políticos al final de este proceso tendrían más respeto, y tanto o mas recursos en sus manos que ahora, eso si, tendrían que gestionarlos de manera más transparente.
Cuando dispongamos de la Tarjeta y demás instrumentos iremos poniendo cada cosa concreta en su lugar, de manera incremental, poco a poco, votación tras votación, según sean nuestras verdaderas necesidades. Y no dejándonos llevar por el idealismo seudorreligioso con el que observamos hoy (juzgamos, como puritanos diría yo) los asuntos concretos. Esa mirada de superioridad moral y desprecio que nos permitimos ahora los ciudadanos hacia los políticos (que son también ciudadanos y, en general, están tan abrumados como nosotros) no nos la vamos a poder permitir en un futuro. Al ejercer también como políticos, los ciudadanos vamos a mancharnos las manos de realidad cuando tengamos que elegir entre subvencionar una medicina o abaratar el transporte, quitar a éste y darle al otro (cañones y mantequilla querido gobedano, o acaso creía que íbamos a quedar por encima de las leyes económicas); estoy seguro de que no nos vamos a poner tan estupendos y dignos como ahora haciendo brindis al Sol a cada momento. Porque en el futuro trataremos asuntos concretos, uno a uno, y no como ahora que votamos cada cuatro años. Se podría decir que en la Democracia Representativa tratamos (votando cada cuatro años y escondidos tras las siglas de un partido) todos los asuntos al por mayor y revueltos; pero maliciosamente empaquetados y envueltos, durante la campaña electoral, con papel de odio, resentimiento, prejuicios y asuntos pendientes.

También al lector actual le Resultará difícil aceptar que, en un futuro próximo, la dicotomía más preeminente y absorbente en nuestra sociedad, izquierda y derecha, quedará en segundo plano, dando paso a la de si se es o no partidario de la participación del ciudadano en las decisiones políticas concretas, más sencillamente, si se es partidario de la Democracia Participativa o no. Nos encontraremos con partidarios y detractores en todo el espectro político y social, y eso es lo que le da a la DR Gobedana el marchamo de trasversal. Un modelo nuevo de Estado podrá salir adelante sin producir grandes traumas, cuando se perciba por la mayoría de la ciudadanía como superviviente y no como de izquierdas o de derechas, aunque es de suponer que se la quieran apropiar unos u otros. Unos dirán que la D.R. es una conquista de los oprimidos y otros que es un logro de la libertad individual; en mi opinión no es más que la mejor forma que, de manera evolutiva, encontrará la sociedad de gestionar la complejidad de sus problemas en un momento de la historia y que el tiempo se encargará de barrer a medida que se presenten nuevas circunstancias. Es inevitable que, con el tiempo, todo tienda a revestirse de misticismo y de heroísmo, pero usted y yo estamos demasiado cerca del momento histórico en el que se están generando los cambios para que estas seudo ideas no nos hagan sonreír.

El resumen de todo lo dicho, y por paradójico que parezca, es que ya vivimos en una Democracia Participativa, y no únicamente en lo económico, pero como no nos damos cuenta de ello nos seguimos gobernando por el modelo anterior ya obsoleto. El darnos cuenta de que necesitamos un cambio; saber cual sería ese cambio; dejar de parchear el modelo actual, sin otro criterio que su propia supervivencia, o pedirle lo que ya no puede dar, y aceptar el cambio con prudencia, pero moviéndonos en su dirección es, en definitiva, lo que nos va a ahorrar muchos problemas, malestar, dolor y puede que una involución innecesaria. Evitar el dolor, es lo que intento, en la medida de mis posibilidades, lograr con este documento. Se trata de reconocer (darnos cuenta) y alinearnos (concentrándonos en objetivos valiosos) con el cambio en que ya estamos sumidos; en definitiva, adaptarnos a la nueva situación (el nuevo medio) y sobrevivir. ¿Qué otra cosa podríamos buscar? Lo siento, pero no puedo vender el paraíso gobedano, porque no hay ningún paraíso en esto de la política; los paraísos, si existen, tendríamos que buscarlos en otra parte.
Debemos cerrar estas consideraciones con un aviso a navegantes, iluminados y oportunistas de todo tipo: Un país sólo puede acceder a la Democracia Participativa si su clase media es suficientemente numerosa en relación con el total de la población. Si por pura demagogia, en un país que no cumpliese esta condición, se impusiese esta forma de gobierno no tardarían en aprobarse por sus ciudadanos leyes puramente demagógicas de reparto y subsidio que terminarían desfondando al Estado. Sería inevitable la regresión del modelo y la llegada al poder de líderes e ideologías populistas y, más tarde, dictatoriales. De hecho, la estrategia más obvia para terminar con la democracia es terminar con su clase media. Por suerte, también es cierto lo contrario; una nación que fortalece y acrecienta su clase media, terminará adquiriendo la madurez necesaria para dar sin peligro el paso hacia la Democracia Participativa.

   




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