Exposición del modelo de democracia llamado
Democracia Participativa Gobedana
Una posible evolución de la
Democracia Representativa actual
Aclaremos, para
evitar malentendidos, que con Democracia
Participativa Gobedana nos
referimos a un modelo de gobierno que podría ser la evolución natural de la
actual Democracia
Participativa Ciudadana con
la que a día de hoy nos gobernamos. Por tanto, no se trata de un partido
político u otro tipo de asociación; ni tan siquiera se puede decir que sea una ideología. Es un modelo de gobierno adaptado a los cambios economicos, y en conseuencia sociales, que están
teniendo lugar. Por ello mismo puede ser aceptada y adoptada por cualquier ideologia y cualquier partido democrático.
Lo más práctico
es comenzar describiendo cómo es, cómo funciona y cómo la Democracia Participativa
Gobedana resuelve algunos de los problemas actuales.
La primera duda a despejar con respecto a la participación es la de cómo es posible lograr que los ciudadanos de manera individual puedan tomar decisiones de gobierno concretas.
La primera duda a despejar con respecto a la participación es la de cómo es posible lograr que los ciudadanos de manera individual puedan tomar decisiones de gobierno concretas.
Supongamos una
nación con un millón de electores y con una cámara de representantes compuesta
por cien escaños. Para hacer la transformación comenzaríamos duplicando el
número de escaños; pero estos nuevos cien escaños serían virtuales. Cada diez
mil votos de los electores formarían un Escaño o Diputado Ciudadano. De
modo que las decisiones en la cámara se tomarían por la mayoría a que diese
lugar la suma de los escaños reales y virtuales. Pero para que los ciudadanos
pudiesen votar de manera cómoda y eficiente necesitamos algo más. Cada
ciudadano dispondría de una Tarjeta
Democrática, que no es más que el carné de identidad electrónico, que
permitiría votar en Urnas
Electrónicas. Dichas urnas, similares a las cabinas telefónicas, serían
capaces de reconocer a la persona con sensores biométricos (huellas dactilares,
fondo de ojo, etc.), distribuidas en lugares convenientes. La razón de que se
vote en lugares públicos en una urna capaz de reconocer a la persona y con una
tarjeta personal es que si se permitiese votar en casa o el trabajo, usando el
ordenador o el teléfono y mediante una simple clave personal, correríamos el
riesgo de que algunas personas cayesen en la tentación de apropiase del derecho
a voto de otras, ya fuesen amigos, familiares, empleados, incluso, que se
comerciase con la clave. También sería necesario que se pudiera votar a lo
largo de varios días o semanas; el voto ciudadano quedaría almacenado en un
limbo informático haciéndose público de manera simultánea al voto de los
diputados reales en la cámara de representantes.
Concretemos más
ayudándonos con un ejemplo inocuo.
Se tiene que
decidir entre farolas de color amarillo o negro. Antes de que comience el
tiempo de votación se abre el periodo de Discusión Pública. Donde todos los
argumentos y todas las opiniones deberían poder salir a la luz. Terminado este
periodo se abre otro para votar, durante el cual todo el que lo desee acude a
las urnas para hacerlo. La manera de contabilizar el voto de los ciudadanos
sería muy sencilla. Por ejemplo, trescientos mil votos a favor de las farolas
amarillas activarían 30 votos de los Escaños Virtuales y doscientos mil votos a
favor de las farolas negras activarían 20 escaños a su favor. Los restantes 50
escaños virtuales quedarían sin activar. El resultado de la votación sería el
que se obtuviese de sumar de manera conjunta e indiferenciada los votos de los
diputados reales con los diputados virtuales.
Aunque es
difícil de prever el comportamiento futuro de la sociedad, parece lógico pensar
que los ciudadanos tenderían a inhibirse de votar en aquellos asuntos de
funcionamiento ordinario como, por ejemplo, elegir el modelo concreto de coche
para la policía de tráfico o que banco va a financiar la compra de dichos
autos; muchas personas no votarían, dejando estos asuntos en manos de
los Diputados Reales. Pero es muy posible que nos gustase decidir, junto a los
diputados, quien ocuparía el cargo de Fiscal General del Estado, el Gobernador
del Banco Central, los miembros del Tribunal Supremo, etc. Igualmente, la
ciudadanía tendería a participar, con su voto, en un cambio en la ley del aborto,
sobre donde se puede o no fumar, los límites de velocidad y si se debe
participar o no en una “operación militar”, por poner ejemplos actuales. Sin
olvidarnos de que podríamos votar también los presupuestos anuales…
Nótese, y esto
hace al modelo muy poderoso a la vez que cómodo y práctico, que no se trataría
tanto de tener que votarlo todo como de poder votarlo todo. La posibilidad del
voto ciudadano en cualquier asunto, sin autorización ni petición previa a la
Cámara por parte de los ciudadanos de un referéndum, sería la espada de
Damocles sobre la cabeza de nuestros representantes políticos en cada asunto
concreto que les tocase decidir. Hasta donde se puede ver, este modelo termina
también con el “cheque en blanco” ya que en cada asunto tendremos, si lo
deseamos, algo que decir; es más, la oposición sin mayoría suficiente de
parlamentarios reales podría, con ayuda del voto ciudadano, presentar una
moción de censura y derrocar al Presidente de Gobierno. Otra consecuencia, en
línea con la anterior, de esta evolución del modelo de gobierno, es
que no está garantizada la mayoría absoluta en la Cámara y, por la misma
razón, las bisagras pierden mucho poder. La nueva bisagra sería la ciudadanía,
de manera que cuando los políticos quisieran sacar una ley adelante deberían
defenderla argumentando ante los votantes y no pactando en un despacho con los
miembros de otros partidos a espaldas de los ciudadanos. El partido en el
gobierno no tendrían necesidad de llegar, como ahora, a vergonzosos y oscuros
acuerdos con las minorías parlamentarias a las que el modelo actual les ha
permitido, retorciendo el sentido original de la democracia, convertirse en
extorsionadores y, lo que es patético, que la sociedad entera sea conducida por
una minoría a donde la mayoría no quiere ir. Los grupos y organizaciones
sociales por su parte perderían el papel de negociadores que tan gratuitamente
se adjudican en la actualidad; sin embargo serían básicos a la hora de
interpretar las proposiciones de ley para los ciudadanos y, en general, para
encauzar la discusión pública y el sentido del voto. Este modelo de democracia
dejaría en evidencia qué grupos, organizaciones o simples ciudadanos tienen
realmente la confianza de la gente a diferencia de los grupos que aparentan en
la actualidad tenerla, sólo porque saben generar ruido mediático o algaradas.
Con toda
naturalidad, el modelo atempera o acaba con alguno de los males endémicos que
percibimos como imposibles de superar dentro del modelo actual. Termina con el
cheque en blanco (¡El ciudadano tiene la última palabra!); el partido en el
poder o el Presidente no pueden obrar con deslealtad o prepotencia (¡si lo hace
mal le destituirían como presidente sin esperar nuevas
elecciones!); nos convertimos en el fiel de la balanza de manera que podemos
dar al traste con cualquier componenda partidista (¡adiós a las bisagras
chantajistas!); los ciudadanos nos convertimos en portavoces directos de
nuestra opinión sin que sean grupos organizados los que negocien nuestros
intereses (¡ajedrecistas de voluntades que terminan apropiándose de una parte
de lo que quiera que se negocie en nuestro nombre!).
Aunque no es un
elemento esencial, una vez afianzada la Democracia Participativa Gobedana, se debería conceder el
derecho de voto a los jóvenes, a partir de los 14 años, por ejemplo. Se trataría
de un voto ponderado, es decir, su voto valdría una parte tan pequeña como se
desease en relación al voto adulto; por ejemplo, la centésima parte (cien votos
juveniles valdrían lo que uno adulto) o, incluso la milésima (mil votos de los jóvenes
equivaldrían al de un adulto). Otra manera de hacerlo consistiría en aplicar
una fórmula progresiva de ponderación, desde la entrega de la Tarjeta
Democrática hasta la mayoría de edad. En sentido contrario, si se creyese
conveniente compensar el peso de los más jóvenes, podría ponderarse el voto para
retrasar, hasta más allá de la mayoría de edad, el pleno derecho de voto,
pongamos por ejemplo, hasta los 25 años. Insistimos en que el voto juvenil
ponderado no es algo primordial en el modelo participativo. Pero podría
aportar algo muy interesante; la Tarjeta Democrática se convertiría en un
instrumento socializador como ningún otro que se pueda concebir, ya que el
joven empezaría a implicarse en los problemas y necesidades de su país o
ciudad, ya que, aunque no lo hemos comentado, la tarjeta, permitiría actuar en
cualquier cámara legislativa de cualquier nivel. Sería improbable que un joven
al cumplir los 18 años, después de votar durante cuatro junto a los mayores, se
declarase antisistema como sucede ahora. El desconocimiento de los jóvenes, y
no tan jóvenes, de los problemas y necesidades concretas de la sociedad en la
que viven es la adecuada para una gestión basada en la representación. La Democracia
actual solo necesita de personas sin conocimientos concretos pero muy
polarizados, izquierda, derecha; ecología, consumismo; planificación central,
libre mercado; etc., que entienden los asuntos de Estado, al por mayor. La D.R.
Gobedana, por el contrario, necesitará individuos entrenados con una capacidad
suficiente de análisis y decisión en problemas concretos y eso requiere rodaje.
Es la diferencia entre ser un peatón o ser un conductor. A uno le basta con
saber que no debe cruzar con el semáforo en rojo, mientras que el otro debe
tener conocimientos y habilidades muy precisas que solo se pueden adquirir de
manera progresiva y práctica.
En otro orden de
cosas, es evidente que el 50% de proporción entre diputados reales y virtuales
del ejemplo, es completamente arbitrario por mi parte. Personalmente, aunque
este no es sitio para extenderme, establecería una proporción inicial, junto
con una ley de plazos; algo así como empezar con un 25% de diputados virtuales
ampliables de manera mecánica en un 5% cada X años hasta completar el 50%.
Llegados a esta cifra se abriría una discusión pública y posterior votación
sobre si se desea mantener, ampliar o restringir la proporción. Otro dilema,
que sin duda se plantea, es si desde el primer momento los ciudadanos pueden
votarlo todo. Puede que igualmente convenga dejar fuera ciertos asuntos como
los relacionados con los impuestos o los acuerdos internacionales e,
igualmente, convenga establecer una ley de plazos, hasta que todo sea “votable”
por los ciudadanos. Ciertamente hay otros problemas no menos espinosos, pero
este documento es sólo una introducción. En cualquier caso no podemos llevar
nuestro análisis (ni nuestras preocupaciones) mucho más lejos; desde nuestra
posición carecemos de realidad suficiente para decidir nada al respecto. Serán
los ciudadanos (gobedanos en el futuro) los únicos que podrán decidir sobre
estas cuestiones.
Los ciudadanos deberíamos dejar
de perder el tiempo y la energía pidiendo cambios concretos como, por
ejemplo, abolición del Senado; listas abiertas; que el voto de cada persona
valga igual con independencia de la circunscripción u otras reformas de la ley
electoral, estos y otros asuntos tienen que ver con
la representación no con la participación, además son
cuestiones en las que ni siquiera estamos todos de acuerdo y únicamente nos
enfrentan como ciudadanos y alargan el tiempo de poder absoluto de los
representantes. Sólo hay una cosa que, en mi opinión, debemos exigir: más poder político para que podamos ejercerlo
individualmente; esto se concreta en reclamar la Tarjeta Democrática, los Escaños
Ciudadanos y la Urna Electrónica. Con
estos instrumentos iremos poniendo cada asunto concreto en su lugar, de manera
incremental, poco a poco, votación tras votación, según sean nuestras
verdaderas necesidades. La mirada de superioridad moral y desprecio que nos
permitimos ahora los ciudadanos hacia los políticos que son ciudadanos y, en
general, están tan abrumados como nosotros, no nos la vamos a poder permitir en
un futuro. Al ejercer también como políticos, los ciudadanos vamos a mancharnos
las manos de realidad cuando tengamos que elegir entre subvencionar una
medicina o abaratar el transporte, quitar a éste y darle al otro; cañones y
mantequilla querido ciudadano, o alguien creía que íbamos a quedar por encima
de las leyes económicas. Estemos seguros de que no nos vamos a creer tan puros,
estupendos y dignos como ahora haciendo brindis al Sol a cada momento con
propuestas carentes de toda reflexión y sensatez. Porque en el futuro
trataremos asuntos concretos, uno a uno, y no como ahora que sólo elegimos
políticos. Se podría decir que en la Democracia Representativa tratamos,
votando cada cuatro años y escondidos tras las siglas de un partido, todos los
asuntos al por mayor y revueltos, pero cuidadosamente empaquetados en la
campaña electoral con odio, resentimiento, prejuicios y cuentas pendientes. Se
podría decir que ahora votamos con el mismo ánimo con que contemplamos un
encuentro deportivo; amigos, enemigos. En un futuro participativo, es posible
que una persona se sorprendiese a si mismo votando en más ocasiones a
favor de propuestas de otros partidos, a los que no hubiese votado jamás en las
elecciones generales, que a las propuestas de su partido de toda la vida. Ello
se debería a que el ciudadano al votar seguirá sus intereses concretos
en asuntos concretos, no como ahora, que vota siglas y, como mucho, vagos
proyectos.
Otro aspecto curioso, incluso, sarcástico es que los partidos políticos, en un futuro cercano van a estar muy interesados en ofrecernos vías de participación en la gobernanza, y terminen liderando el proceso hacia la participación; este sorprendente giro de los acontecimientos se explica en otra entrada del blog.
Otro aspecto curioso, incluso, sarcástico es que los partidos políticos, en un futuro cercano van a estar muy interesados en ofrecernos vías de participación en la gobernanza, y terminen liderando el proceso hacia la participación; este sorprendente giro de los acontecimientos se explica en otra entrada del blog.
Nótese que el
carné de identidad, símbolo e instrumento del control que el Estado ejerce
sobre el individuo, pasaría a ser también el instrumento y símbolo del control
del ciudadano sobre el Estado. Esta es la manera en que se superaría la
confrontación sempiterna individuo Estado; no por la abolición del Estado como
sugieren ultraliberales y anarquistas, ni por la sumisión de la voluntad del
individuo al Estado como sugieren los totalitarismos comunistas o fascistas,
sino por que el individuo asume funciones del propio Estado, que es
la evolución natural de la democracia actual.
Esta nueva
manera de participar en la sociedad por los individuos merece un nuevo nombre;
si la persona que vivía en un feudo era llamada "siervo"; en la
monarquía absoluta "súbdito" y en la Democracia Representativa
"ciudadano", en la Democracia Participativa debería
denominarse "gobedano", pues todo ciudadano sería también un
gobernante.
En otro lugar argumentaremos que ya vivimos en una Democracia Participativa, y no sólo en lo económico, pero como no nos damos cuenta de ello nos seguimos gobernando por el modelo de democracia anterior ya obsoleto. El darnos cuenta de que necesitamos un cambio; saber cual sería ese cambio; dejar de intentar parchear el modelo actual o pedirle lo que ya no puede dar y aceptar el cambio con prudencia, pero moviéndonos en su dirección es, en definitiva, lo que nos va a ahorrar muchos problemas, malestar, dolor y puede que una involución innecesaria. Se trata de reconocer (darnos cuenta) y alinearnos (concentrándonos en objetivos valiosos) con el cambio en que ya estamos sumidos; en definitiva, adaptarnos a la nueva situación (el nuevo medio) y sobrevivir.
Por último, cabe preguntarse por qué afirmamos que la evolución de la democracia camina hacia una mayor participación; por qué no todo lo contrario, incluso que en el futuro nos gobernemos de manera menos participativa, incluso autoritaria. Esto necesita que lo argumentemos en la próxima entrada.